Mi proceso de composición suele comenzar con una idea, una melodía que ronda en mi cabeza o un ritmo que me inspira. A veces, empiezo con un instrumento real, como una guitarra o un piano, para capturar esa primera chispa de inspiración. Otras veces, me sumerjo directamente en mi DAW (Digital Audio Workstation) y empiezo a construir la pieza desde cero, utilizando sintetizadores virtuales, samples y loops. A partir de ahí, el proceso es bastante fluido. Experimento con diferentes arreglos, pruebo distintas progresiones de acordes, juego con la dinámica y el timbre de los sonidos. Es un proceso muy intuitivo, pero también muy consciente. Siempre estoy pensando en el impacto emocional que quiero generar en el oyente, en la historia que quiero contar a través de la música.